El Museo Guggenheim Bilbao de Frank Gehry y el Kursaal de Juan Moneo representan dos visiones opuestas en la arquitectura contemporánea: el primero encarna el deconstructivismo escultórico con formas fluidas de titanio que revitalizan el paisaje urbano, mientras el segundo adopta un racionalismo geométrico con cristales y hormigón que dialoga con el entorno costero de San Sebastián.
Gehry diseñó el Guggenheim como una flor o barco metálico visto desde arriba o el río Nervión, con curvas orgánicas recubiertas de 300.000 placas de titanio que ondulan con la luz, evocando escamas de pez e integrando acero y piedra caliza en un atrio central que distribuye 11.000 m2 de galerías irregulares. Su estructura, calculada con software CATIA, rompe simetrías mediante muros portantes triangulados, generando el "efecto Bilbao" que transformó una zona industrial en polo turístico. Esta audacia formal prioriza el impacto visual y la experiencia sensorial sobre la convención.
Moneo concibió el Kursaal como dos cubos cristalinos translúcidos sobre pilotes, simbolizando olas o rocas erosionadas, con vidrio serigrafiado y hormigón blanco que filtran luz natural en auditorios y espacios multifuncionales de 22.000 m2. Su diseño geométrico puro respeta la topografía basca, integrando volumen opaco y transparencias para equilibrar escala urbana con intimidad interior, sin excesos formales. El enfoque enfatiza funcionalidad cultural y diálogo contextual, usando proporciones clásicas para permanencia.
La comparación revela tensiones posmodernas: el Guggenheim impone iconografía disruptiva que cataliza economías creativas mediante complejidad computarizada, mientras el Kursaal privilegia sobriedad armónica y materiales nobles para enriquecer patrimonio local sin dominarlo. Ambos, premiados, ilustran cómo Gehry escupe el statu quo y Moneo lo refina, moldeando ciudades con drama versus discreción.
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