Frank Gehry y Juan Rafael Moneo representan dos enfoques contrastantes en la arquitectura contemporánea: el primero deconstruye formas con audacia escultórica, mientras el segundo prioriza la contextualización histórica y la sobriedad funcional
Gehry, pionero del deconstructivismo, emplea metales corrugados como titanio y acero en curvas orgánicas fragmentadas que desafían la simetría, como en el Guggenheim Bilbao, donde volúmenes fluidos generan dinamismo visual y revitalización urbana. Sus edificios parecen esculturas en movimiento, rompiendo con la ortogonalidad moderna mediante abstracciones y texturas inacabadas que responden al contexto con provocación. Esta estética caótica integra materiales industriales para crear experiencias sensoriales únicas.
Moneo adopta un racionalismo contextual que dialoga con el pasado, utilizando ladrillo, piedra y hormigón en composiciones geométricas puras, como el Museo Nacional de Arte Romano en Mérida, donde respeta ruinas antiguas integrándolas armónicamente. Sus obras, como la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles o el Kursaal en San Sebastián, equilibran modernidad con tradición mediante proporciones clásicas y luz controlada, evitando excesos formales. Este enfoque enfatiza la permanencia cultural y la funcionalidad discreta sobre el espectáculo.
Ambos arquitectos, galardonados con el Pritzker, ilustran la diversidad posmoderna a través de sus diferencias clave: Gehry transforma ciudades en escenarios dramáticos con titanio y formas icónicas, mientras Moneo las enriquece con memoria colectiva mediante materiales nobles y diálogo histórico.
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